lunes, 19 de octubre de 2015

La princesa cocinera



Hace mucho tiempo, en una tierra muy muy lejana existía un reino. En este reino gobernaban un Rey y una Reina. Los reyes eran muy queridos por todos sus súbditos.  Los reyes eran buenos y muy queridos por sus súbditos. El rey era un rey muy justo, y la reina tenía un belleza solamente comparable a su bondad.
Lo cierto es que la Reina tenía una belleza inigualable: Un cabello dorado que envolvía su cabeza como los primeros atisbos del sol al terminar el invierno, cuando trata con sus rayos de envolver y calentar a la Tierra para que renazca; unos ojos Grises como la plata, del color de la luna llena sobre la nieve profundos y llenos de sabiduría, y una sonrisa más blanca y hermosa que todas las estrellas de una cálida noche de verano. La reina se preocupaba por todos sus súbditos y velaba por ellos en nombre de su Rey cuando este estaba muy ocupado tratando con otros reinos o atendiendo a invitados lejanos, asuntos de la corte y gentes de todo tipo. El Rey siempre tutelaba el bienestar del reino, que nunca faltara nada en los mercados o que las leyes y las gentes fueran siempre respetadas y la reina se aseguraba de que todos fueran felices.
He aquí que el rey y la reina tuvieron una hija. La niña crecía feliz y sus padres y la gente que la rodeaba la querían mucho. Todos eran muy felices pero como pasa a veces en estas historias, la felicidad no duró para siempre.  La reina se puso muy enferma y no hubo en el reino ningún médico capaz de curarla. Antes de morir, mandó llamar al rey y a su hija: Al rey le pidió que cuidara de todo el mundo ahora que le necesitarían tanto y la princesa le dio un collar en el que había unido dos pequeños broches que siempre guardaba con ella: Una rueca de plata y una mariposa de oro.
El reino entero quedó desolado, todos echaban de menos a su reina. El Rey hizo cuanto pudo por sus gentes después de la tragedia pero era ya mayor y con el tiempo tras mucho esfuerzo comenzó a notarse delicado y algo mal de salud. Comenzó entonces a pensar en la princesa, su hija. Esta había crecido mucho estos años en sabiduría y belleza, pronto se haría ya una mujer y tendría que pensar en casarse y heredar su reino pues él ya era demasiado mayor como para buscar un hijo varón que le sucediese en el trono. Cuando él hablo de este asunto con la princesa ésta se fue a pensar.
Durante 3 días estuvo sentada en los jardines, debajo de un manzano hasta que llegó a una conclusión y así se lo dijo a su padre. No se casaría con cualquier príncipe pues quería encontrar a quien fuese el mejor como rey, como marido y como persona.
El rey mandó llamar a una gran cohorte de príncipes y de nobles para que la princesa les conociera pero nunca le parecían suficientemente buenos y a todos rechazaba hasta que su padre vió que nunca elegiría marido. Asustado de que su reino no tuviese nunca un nuevo rey eligió a un joven de su gusto y fue a hablar con la princesa. Le dijo que había tomado una decisión y que se casaría con el príncipe a quien él había elegido pues no podía esperar más tiempo.
La princesa se asustó ante esta súbita decisión y le dijo a su padre que aceptaba pero que antes debía de darle 3 regalos: Un vestido hecho de rallos de sol, cálido como los cabellos de su madre. Un vestido hecho con rayos de luna, en los que la sabiduría de sus ojos pudiera verse reflejada. Un vestido, por último, hecho con la luz de las estrellas, que fuera tan radiante como la sonrisa de su madre para que la ayudara siempre a encontrar la alegría. El rey conmovido mandó a sus mejores sastres a hacer los vestidos y al enterarse, el reino entero quiso contribuir. Así, con la ayuda de todos, pronto estuvieron acabados tan maravillosos vestidos y además, como regalo de los habitantes del reino hacia su princesa a la que todos querían, cada uno ofreció un trocito de cuero o piel de alguna prenda propia a la que tuvieran cariño para con ellos el más habilidoso de los artesanos del reino confeccionara un abrigo que la protegiera en el camino. El resultado fue un abrigo bastante grande que la cubría por completo con largas mangas y una amplia capucha que la protegía del mal tiempo y de las miradas de la gente. Era enorme y extraño, sin color definido pues todos habían participado en él y los trocitos que lo componían eran de pieles muy distintas y no obstante, cuando la princesa se lo puso, sintió que el cariño de su pueblo estaría siempre con ella. Pero la princesa no pensaba casarse con el príncipe y cuando tuvo tales vestimentas guardó los vestidos y cuando llegó la noche se puso el abrigo, se colgó el collar con los broches que le regalara su madre de forma que quedaban ocultos bajo las pieles y se fue del palacio.
Mucho anduvo la princesa por todos los caminos. Se alejó cuanto pudo de su reino siempre atravesando frondosos bosques, visitando castillos y palacios amparada en su gran abrigo y sin que nadie sospechara su procedencia. Erró así por distintos reinos durante mucho tiempo. Cada vez se encontraba más cansada y el duro camino la había cubierto de polvo. Un día encontró un pozo al lado del camino y al mirarse en sus aguas cristalinas vio una imagen sucia y fatigada que poco se parecía a la princesa que había sido siempre. Decidió beber del pozo y descansar allí el resto del día para quitarse el cansancio y he aquí que cuando estaba bebiendo oyó que alguien se acercaba. Le dio el tiempo justo a echarse encima su abrigo y capucha cuando apareció un joven cazador. Este se dirigía con algunos faisanes hacia la capital del reino y al ver a la figura cansada y polvorienta se apiadó de ella le preguntó si no tenía a donde ir a lo que la princesa contestó que no, que peregrinaba desde hacía mucho tiempo sin un lugar al que ir ni un lugar al que volver. El joven le pidió que le acompañara a palacio, a donde llevaba los faisanes y le aseguró que allí podría descansar unos días y tendría agua y comida y, si quería, podría tener un trabajo con el que sustentarse. Al llegar a palacio, el joven fue a ver al cocinero mayor del reino. Le entregó los faisanes y le pidió que por favor la atendiera lo mejor posible. Este le ofreció una habitación pequeña pero cómoda y el alimento cosas que necesitase a cambio de que la ayudara con la cocina y la muchacha aceptó.
 Durante un tiempo estuvo la princesa trabajando en las cocinas. Pronto vió el cocinero que bajo ese extravagante abrigo de pieles, que ella nunca se quitaba, había unas manos de una delicadeza y buen gusto exquisitas por lo que pronto acabó encargándose personalmente de la comida de los príncipes. También les llevaba después la comida al salón principal y la cena a sus respectivas habitaciones, primero al mayor, luego al mediano y después al más joven; Así fue como conoció al más joven de los príncipes, que no era otro que el joven “cazador” que la había invitado a palacio. La princesa siempre enfundada en su peculiar abrigo por lo que pronto este comenzó a llamarla bromeando milpieles. Poco a poco fue conociéndolos mejor, gracias a lo que hablaban los criados y lo que ella misma podía ver, fue conociendo el reino y le gustaba pues era por lo general alegre y los príncipes muy amables. Especialmente el más joven. Solía salir a menudo del palacio y le gustaba cazar y salir al monte. Se preocupaba siempre por las gentes del reino y muchas veces les entregaba las piezas que cobraba a los que menos tenían o trataba de ayudar como mejor pudiera a quien lo necesitara. Incluso venía a las cocinas de cuando en cuando a preguntar por ella, si se encontraba a gusto o necesitaba algo y poco a poco la joven princesa fue enamorándose del principe.
He aquí que pronto se empezaron a preparar unas fiestas muy especiales. Con motivo de la mayoría de edad del joven príncipe el rey proclamaba 3 días de fiesta para todo el reino, fiestas en las que habría bailes durante todo el día y a las que todas las doncellas y donceles del reino podrían asistir.  Llegó así el primero de los 3 días de fiesta a los que la princesa había decidido asistir. Cuando terminó de preparar las comidas se apresuró a ir a su habitación en donde tenía escondidos sus vestidos. Se lavó bien y se hizo un bonito peinado, eligió el vestido de oro y, radiante como el sol, fue al baile. Tan guapa estaba con aquel vestido, peinada como y elegante como una verdadera princesa, que nadie podía reconocer en ella a la nueva ayudante de cocinas y pudo así disfrutar del banquete y de los bailes durante el resto del día. Caía la tarde cuando ocurrió un accidente. Una jarra de vino, rojo como la sangre calló sobre el vestido de la joven princesa manchándolo entero. Mientras algunos se reían por lo ocurrido, el joven príncipe se levantó de su sitio y le ofreció sus propios paños bordados para ayudarla a secar el vestido. Ella avergonzada salió al balcón a donde el príncipe la siguió. Estuvieron hablando mucho tiempo, hasta después de que terminara la merienda y la gente comenzara a irse, hasta que ella se dio cuenta de que pronto tendría que presentarse en las cocinas para preparar la cena de los príncipes e irse a. Se excusó del príncipe diciendo que iría a cambiarse de vestido y huyó  rápido a su habitación y tras cambiarse a su abrigo de pieles, comenzó a preparar los caldos para la cena y se los fue llevando a los príncipes. Antes de entrar en la habitación del más joven, se quitó del collar el broche en forma de rueca y lo puso en el plato del príncipe, luego se cubrió bien con su abrigo y entró, se lo sirvió, y salió. El príncipe al encontrarlo se extrañó muchísimo y pensó que debía de haber habido algún error.  
Al día siguiente la princesa se levantó pronto para dejar todo hecho y en cuanto terminó de ayudar a servir la comida del banquete, se fue a su habitación a ponerse un vestido. Ese día se puso el vestido de luz de luna y así, viéndola tan hermosa, la gente volvió a preguntarse quién sería la joven a la que nadie conocía. El joven príncipe fue a saludarla nada más aparecer. Ese día hablaron y bailaron durante toda la tarde, sobre el reino, sobre sus gentes, y sobre países lejanos. Lo pasaron muy bien, pero el día fue avanzando y la fiesta iba acabando hasta que la princesa no tuvo más remedio que buscar alguna excusa para irse pues pronto la echarían en falta para preparar la cena.  Cuando a la noche fue a servir la cena del príncipe más joven, tuvo que esperar bastante. El príncipe estaba ocupado mandando patrullas de guardas y de emisarios por todos lados en busca de la misteriosa doncella con la que había estado, de la que nadie sabía nada y que parecía haberse evaporado. Sacó de su colgante la mariposa de oro y la puso en el plato antes de entrar a llevarle la cena.
El tercer día la princesa decidió ponerse el vestido hecho de la luz de las estrellas. Cuando todos la vieron se quedaron con la boca abierta pues la princesa irradiaba luz propia y que parecía despertar y reconfortar a quienes la rodeaban. El príncipe sin más dilación fue hacia ella y no abandonó su lado en todo el día. La princesa vio que la fiesta acababa pero el príncipe no quería ni oir hablar de que la princesa se fuera. Cuando al final esta consiguió zafarse fue a cambiarse y a la cocina, donde se llevó una gran sorpresa al encontrarse con el príncipe. Este echó atrás la gran capucha y colocó en el cuello de la princesa un collar que había mandado hacer en el cual estaba engarzada la rueca de plata, la mariposa de oro y un anillo con diamantes que había pertenecido a su madre, quien se lo había dado para que pidiera matrimonio a la misteriosa joven.
La princesa y el príncipe hablaron y resolvieron volver al reino de la princesa, pues esta echaba mucho de menos a su padre. Así, un buen día volvían en una carroza cuando uno de los antiguos súbditos de la princesa la reconoció. Enseguida se corrió la voz por todo el reino de que la princesa volvía por fin casa y antes de que llegaran al palacio ya estaban celebrándolo. Su padre, el rey, los recibió con los brazos abiertos llorando de emoción pues pensaba que la princesa se habría extraviado por los caminos y tremendamente contento de verla feliz y a salvo. El buen rey los casó en una boda preciosa a la acudieron todos los habitantes del reino. A su debido momento fueron buenos reyes y el pueblo los quiso y honró siempre y como se suele decir, fueron siempre felices y comieron muchas perdices.




Cambios introducidos:

-Sentimiento narrativo: He intentado que siga pareciendo un cuento de tradición oral. Al ir escribiendolo me lo repetía para mis adentros como si lo estuviera contando a un público imaginario para ver que efecto hacía. El efecto es que igual no me ha quedado muy bien a la hora de leerlo e incluso puede hacerse algo farragoso si no haces pausas largas y una narración tranquila.
 -El número 3. Siempre me ha parecido un número mágico, quizás por eso lo he querido reflejar en el cuento -y quizás lo haya incluido demasiadas veces-
-Incesto: Para suavizar la historia, he cambiado el motivo de la huida y poner algo más aceptable por así decirlo. Sigue siendo huir porque intentan casarla contra su voluntad y es incluso más creible y con sentido que el original (a mi parecer).
-Vestidos y madre. Me ha gustado asociar los vestidos a características de la madre. Es como si fueran en cierto modo parte de esa infancia, la materialización de unos dones, unas virtudes adquiridas gracias a su madre que la  ayudarán en un futuro. 
-Abrigo de mil pieles. La idea de que se buscara un trocito de piel de cada animal del mundo para perder tiempo está bien y es curiosa, pero es lo único que tiene. Pensé que si lo cambiaba por parte de un trocito de los ropajes de cada persona en el pueblo podría tener más sentido y además reforzaba la idea de que el pueblo quería mucho a la princesa y me gusta pensar que este cariño es lo que la protegió en los caminos, ese pedacito de ropa que es lo único que muchos podrían ofrecer y que lo hacían con todo su corazón. Incluso si el resultado seguía siendo un abrigo estrambótico que pocas princesas se pondrían excepto la nuestra. En un principio el objeto que la ayuda en su viaje y la protege era una barba postiza hecha con un cabello de cada persona del reino con la que llegaba al palacio disfrazada pero el resultado era, aunque hilarante, un poco extraño.
-El pozo. Me gusta como elemento de transición. Siempre ha tenido para mi un significado muy especial, como una puerta a otro mundo completamente distinto.
 -El tercer hijo. He añadido la idea de que el príncipe que en última instancia se casa con la princesa es el tercer hijo. En parte porque me gusta la idea de que sea el tercero, al igual de que sea también su mayoría de edad. Esto lo acercaría en cierto modo a la princesa y el hecho de que no sea el heredero directo al trono facilita que pueda volverse con la princesa a su reino como rey consorte, enlazando con el principio de la historia y el motivo por el cual la princesa se va del reino. En general me gusta el príncipe. No tiene tantas obligaciones como sus hermanos pues siendo el tercer hijo lo más probable es que hubiera acabado en una orden militar de todas formas, con lo que puede dedicarse a lo que le gusta, que es en parte dedicarse a su pueblo. También me gusta que sea él quien encuentra a la princesa, que la guíe a partir de ese punto de inflexión en la vida que el pozo supone, que le ofrezca algo a lo que aferrarse, una salida de esa vida dura a la que la princesa se había abandonado.
-Los objetos en la comida. Aunque en la historia original fuesen 3, no acababa de gustarme que apareciese un cuarto (el anillo del príncipe) por lo que puse solo 2 objetos y que el tercero lo aportase el príncipe, y así puedo seguir dando la brasa con el número 3 sin que encima se note tanto.